Observar el aula es un acto más profundo de lo que parece, no se trata solo de mirar lo que ocurre, sino de aprender a ver con otros ojos. Para un docente, educar la mirada es aprender a detenerse, a percibir lo que normalmente pasa desapercibido, afinar la atención para descubrir en los gestos, los silencios y los ritmos de la clase las claves de lo que verdaderamente está sucediendo en el proceso de enseñanza y en nuestros estudiantes.
Mirada de docente
Como maestros sabemos que debemos prestar mucha atención a todos los procesos de nuestra aula, pero es importante que nuestra mirada no busque el control, como en muchas ocasiones tendemos a hacer cuando se trata de estar al frente de un aula, en realidad la mirada pedagógica no busca controlar, sino comprender.
Cuando el docente observa sin juzgar, abre un espacio para el encuentro con sus alumnos, pues ve en ellos su singularidad, en su modo de pensar, de moverse, de habitar el aprendizaje las diferentes formas de aprender, de experimentar y conocer el mundo. Observar es, de algún modo, cuidar a los propios alumnos, pues se trata de reconocer que detrás de cada respuesta hay una historia, detrás de cada silencio, una emoción, y detrás de cada error, una oportunidad de crecer.
Cambiar nuestra perspectiva
Al frente del aula enfrentamos los retos cotidianos de gestión del aula, por ello es importante que mantengamos una visión crítica sobre cómo y qué vemos en los estudiantes, sus conductas, sus dificultades y su conexión en el aula. Educar la mirada implica, también, educar la propia percepción, hacernos conscientes de nuestras expectativas, prejuicios y modos de interpretar lo que ocurre, porque muchas veces no vemos lo que pasa, sino lo que esperamos ver. Aprender a mirar el aula con apertura es un ejercicio de aceptación y comprensión, al final del día el aprendizaje se mueve en formas que no siempre caben en nuestros esquemas.
Conocer a nuestros alumnos
Observar permite descubrir los ritmos propios de cada salón de clases, el pulso del grupo, la energía que sube o decae, los momentos en que la atención se dispersa y los instantes en que algo se enciende. Este tipo de intuición no es algo que el docente pueda aprender en los libros, llega a través de la experiencia y la apertura. Hay docentes que pueden anticipar un conflicto o una oportunidad de aprendizaje con solo percibir una mirada o un cambio de tono. Esa intuición, que parece invisible, es fruto de una mirada entrenada en la presencia.
Acompañar a los alumnos
Educar la mirada no es vigilar, sino acompañar a cada estudiante, a través de nuestras observaciones podemos sostener el proceso de cada estudiante sin señalarle ni juzgarle. es también una forma de respeto, notar sin exponer a nadie, percibir para comprender sus circunstancias y necesidades. El docente que observa así no solo enseña mejor, sino que aprende más, aprende de sus estudiantes, de sus gestos y de las mil formas en que el aprendizaje se manifiesta.
También es una forma de volver a mirar la propia práctica. Observar el aula es, de algún modo, observarse a uno mismo: en qué momento intervenimos, cuándo interrumpimos, qué silencios respetamos y cuáles llenamos por costumbre. La mirada educada es una mirada que se interroga, que se pregunta por su propio efecto, que no da por sentado que enseñar y mirar son lo mismo.
Cuando la mirada del docente se vuelve consciente, el aula se transforma. Deja de ser un espacio de control y se convierte en un territorio de diálogo. Requiere tiempo, paciencia y la disposición de mirar siempre un poco más allá: del gesto a la intención, del error al proceso, del grupo al individuo. ¿Cómo observas a tus estudiantes? ¿Qué te comunican ellos a través de sus procesos? ¡Comparte con nosotros esos tips!