Aunque el aspecto teórico es muy importante, nada se aprende del todo hasta que se pone en práctica, el aprendizaje profundo requiere acción, experimentación, error y revisión, la posibilidad de observar el proceso, de comprender a profundidad la información que hemos recibido y ver ese conocimiento en acción. Por eso, las metodologías activas, como el aprendizaje basado en proyectos, en problemas o en el pensamiento visible, se han consolidado como caminos eficaces para conectar teoría y experiencia, especialmente en años recientes en los que la enseñanza y el aprendizaje han buscado nuevas rutas.
Aprender en acción no significa improvisar ni abandonar la guía docente, significa poner al estudiante en el centro del proceso, no como espectador, sino como protagonista, así en lugar de que deban preguntarse “¿qué debo memorizar?”, los alumnos más bien se cuestionan “¿qué puedo crear, resolver o aplicar con esto?”.
Aprendizaje Basado en Proyectos
Esta metodología consiste en plantear una pregunta o desafío real que los estudiantes deben resolver mientras combinan saberes de distintas áreas, para así dar continuidad a todo lo que aprenden en clase mientras lo ven en acción, por ejemplo, crear una campaña ambiental, diseñar el prototipo de algún invento propio o narrar una historia a partir de datos reales. En este caso, el docente se convierte en guía del proceso, más que ser un transmisor de respuestas correctas.
Un tanto similar a esta estrategia es el Aprendizaje Basado en Problemas, el cual, a diferencia del Proyecto, el punto de partida es un problema complejo sin una única solución, no se trata de una pregunta de examen, sino de un problema que los estudiantes puedan observar en su contexto particular. El grupo debe investigar, debatir, proponer hipótesis y argumentar. Este enfoque desarrolla pensamiento crítico, colaboración y creatividad.
Rutinas de pensamiento
Ayudar a los alumnos a descubrir el conocimiento por si mismos también forma parte de un aprendizaje activo, para esto podemos poner en práctica las rutinas de pensamiento, que son conjuntos de preguntas abiertas con las que podemos ayudarles a generar ideas y construir sus opiniones de forma organizada y reflexiva. Son estructuras breves que ayudan a hacer explícito lo que los estudiantes piensan mientras aprenden.
Algunos ejemplos son “Veo, pienso, me pregunto”, con la que guiamos la mirada de los estudiantes sobre un fenómeno en particular, o “Antes pensaba… ahora pienso…” que nos ayuda a reflexionar sobre cómo cambia nuestra perspectiva tras descubrir conocimiento nuevo. Estas rutinas transforman el aprendizaje en un proceso consciente y reflexivo.
Aprendizaje cooperativo
Esta estrategia busca hacer del conocimiento un proceso construido entre pares, para ello necesitamos organizar el aula en grupos pequeños en los que cada miembro asuma un rol específico y creen una red de conocimiento en conjunto. Esta metodología fomenta la responsabilidad compartida y la empatía, por lo que no se trata solamente de crear los equipos, sino de crear una estructura y guiarlos en el proceso de trabajar juntos en objetivos comunes.
El papel docente
Implementar metodologías activas requiere planificación: definir objetivos claros, diseñar etapas, prever recursos y establecer criterios de evaluación coherentes, por ello es importante destacar que en ningún caso el docente desaparece, más bien cambia de lugar. Pasa de ser el centro del discurso a ser el arquitecto de experiencias, quien diseña el escenario para que el aprendizaje ocurra.
Los beneficios son profundos: los estudiantes no solo comprenden mejor, sino que aprenden a aprender. Desarrollan autonomía, resiliencia y sentido del logro.
¿Has implementado ya estrategias y metodologías activas en tu aula? ¿Crees que esto ha cambiado la forma de enseñar y de aprender de tus alumnos? ¡Comparte con nosotros tus experiencias e ideas!