Aunque es común la idea de que el docente es quien posee el conocimiento y el estudiante quien lo recibe, en el aula, la relación entre unos y otros no es realmente unidireccional, por el contrario, la experiencia demuestra que el aprendizaje puede y debe ser compartido: cuando los estudiantes aportan sus ideas, vivencias y conocimientos, los docentes también se enriquecen y descubren nuevas formas de enseñar y comprender. Este enfoque, que podemos llamar aprendizaje intergeneracional, nos invita a repensar la manera en que nos relacionamos con quienes enseñamos y a valorar la interacción como fuente de aprendizaje mutuo.
La visión sobre nuestros alumnos
Aceptar que los estudiantes también nos pueden enseñar mucho implica abrir el espacio a la escucha activa y a la curiosidad, así cada clase se convierte en un laboratorio donde las preguntas de los estudiantes, sus dudas y hasta sus errores son oportunidades para reflexionar sobre nuestra práctica y sobre cómo podemos adaptarla a sus necesidades. Por ejemplo, un estudiante que comparte una experiencia personal puede generar un debate profundo que el docente no había anticipado, pero que enriquece la comprensión de todos, esta dinámica fortalece la relación docente-estudiante y promueve un aprendizaje más significativo y profundo, donde el conocimiento no se transmite de manera mecánica, sino que se construye juntos.
¿Cómo podemos impulsar esto?
Aunque como docentes tengamos la disposición para lograr este tipo de intercambio, para favorecer el aprendizaje intergeneracional es útil diseñar actividades que requieran colaboración, intercambio de ideas y resolución conjunta de problemas, crear proyectos grupales, debates, presentaciones y talleres son espacios donde la interacción se vuelve clave. Además, reconocer abiertamente las contribuciones de los estudiantes, mostrando que sus aportes son valiosos, refuerza su motivación y autoestima, al tiempo que fortalece la cultura de respeto y confianza en el aula.
Mantener la reflexión
Algo importante de este enfoque es que también invita al docente a reflexionar sobre su propio aprendizaje, pues cada interacción con los estudiantes puede revelar nuevas perspectivas, intereses o formas de pensar que enriquecen la práctica pedagógica. Aprender de los estudiantes no significa ceder autoridad, sino asumir que la enseñanza es un proceso dinámico y flexible, donde la experiencia de todos se convierte en un recurso valioso, estar pendientes de las muchas reflexiones que pueden salir de esto nos ayuda a profundizar los aprendizajes y diversificar nuestras herramientas para la enseñanza.
Al adoptar este enfoque, el aula deja de ser un espacio donde solo se transmite información y se convierte en un entorno de crecimiento mutuo. Los docentes aprenden a ser más empáticos, flexibles y abiertos a nuevas ideas, mientras los estudiantes experimentan un aprendizaje más activo, motivador y conectado con su realidad. En este contexto, la enseñanza y el aprendizaje se vuelven una experiencia compartida, significativa y enriquecedora para todos. ¿Pones en práctica un aprendizaje mutuo con tus alumnos? ¿Crees que esto es importante? ¡Comparte con nosotros tus perspectivas!