Hablar de lectura en la escuela suele conducir a una misma imagen: libros de texto abiertos en la página correspondiente, lectura coral donde cada estudiante avanza a su ritmo, desde el pupitre, en silencio forzado y con la vista fija en un contenido predeterminado, sin embargo, fuera del entorno escolar, la lectura es mucho más que decodificar palabras. Leer es un acto libre, afectivo, exploratorio. Quien lee por gusto no necesita que alguien lo evalúe para saber que ha disfrutado y comprendido y es justamente esa experiencia la que muchas niñas y niños no llegan a vivir en el ámbito escolar, por el contrario, relacionan la lectura con la obligación, las tareas aburridas y la evaluación. Pensar en la lectura no como una tarea, sino como un derecho cultural y una práctica cotidiana que amplía la imaginación, el pensamiento crítico y la construcción de identidad es un giro muy importante en el mundo actual, en el que cada día encontramos más contenidos visuales y menos interés por la lectura.
¿Cómo fomentar el amor por un buen libro?
Abrir las posibilidades
Fomentar la lectura por placer implica abrir el abanico de posibilidades y mostrar a los alumnos que los libros no son solamente los que se ocupan al interior del aula ni a textos literarios que consideramos clásicos, aunque actualmente es posible encontrar lecturas muy variadas en nuestros libros de texto, la relación con la idea del aula, la evaluación y la tarea puede dificultar la relación de los alumnos con sus libros, por ello ofrecer opciones variadas, otras fuentes e involucrar sus gustos personales es tan importante. Leer puede significar conversar alrededor de una leyenda local, incluso las más novedosas pueden resultar atractivas y abrir el panorama sobre las fuentes que pueden consultar, también podemos observar las ilustraciones de un cómic, reír con un cuento o descubrir un poema popular que hable de la vida en la comunidad, acercarnos al contexto de los alumnos es una gran opción.
La experiencia lectora también puede incorporar canciones tradicionales mexicanas que se ligan a la memoria colectiva, calaveritas literarias, carteles callejeros o incluso la lectura del entorno, como letreros en el mercado, anuncios de transporte público o nombres de comercios que dan identidad al barrio. Cuando el docente valida estos formatos, el alumnado se reconoce lector sin sentirse presionado a encajar en una sola forma de leer.
Leer en comunidad
En el aula, la lectura por placer puede nacer de momentos pequeños, regulares, flexibles y llenos de calidez. Un docente que lee en voz alta transmite emoción, ritmo, pausas, sorpresa. Al escuchar un cuento que incluye flexiones de voz y ademanes, los estudiantes entran a la historia sin tener que descifrar cada palabra, porque la puerta de acceso es sensorial y narrativa. Después de la lectura, la reflexión no necesita adoptar forma de cuestionario, basta con una conversación amable: ¿qué imagen se quedó en la mente de cada quien? ¿cómo imaginan al personaje? ¿el final pudo haber sido diferente? ¿conocen una historia parecida en su familia o en la tradición oral de su pueblo o ciudad? La conversación abre una dimensión comunitaria y permite compartir interpretaciones sin la presión del resultado correcto.
¿En dónde leemos?
Crear un ambiente lector requiere de un espacio que invite a esto, no solamente en el aspecto físico, también en el emocional. Una mesa con libros variados, un rincón con cojines donde se pueda hojear sin prisa, un tendedero de lecturas recomendadas elaboradas por el propio grupo o una caja viajera que lleve libros a casa durante un fin de semana pueden transformar la relación con la lectura. No es necesario contar con grandes recursos: algunas hojas impresas, historietas donadas, recortes de revistas, cuentos en fotocopia y materiales aportados por las familias bastan para comenzar. Lo importante es que el alumnado tenga la autonomía de elegir qué leer, cuándo leer y con quién compartir la experiencia.
Más allá de la evaluación
Quizá para nosotros como docentes, el reto más grande radica en soltar la creencia de que toda lectura debe dar evidencia evaluable. A veces, el mayor aprendizaje ocurre de manera invisible: un estudiante que no levantaba la mano pide leer en voz alta; una niña que decía no gustarle la lectura hojea un libro sin estímulo externo; un grupo que antes se distraía decide escuchar hasta el final de la historia. Las transformaciones se observan en gestos mínimos, en comentarios espontáneos y en la manera en que la lectura comienza a habitar el aula sin que nadie la ordene.
Promover la lectura por placer requiere paciencia, continuidad y sensibilidad. La escuela puede convertirse en un espacio donde leer sea un acto tan cotidiano como jugar en el recreo o conversar entre compañeros. En un país tan diverso culturalmente como México, la lectura puede, además, ser un puente hacia la memoria, la identidad y el futuro. ¿Cómo motivas a tus alumnos a leer?