En ocasiones creemos que el bienestar del docente es secundario frente a las demandas del aula. Planificar, evaluar, atender a la diversidad, cumplir con la burocracia institucional, conectar con los alumnos y comunicarnos con las familias, todo parece más urgente que detenerse a respirar u ocuparnos de nuestras necesidades personales, sin embargo, en los últimos tiempos se ha mostrado con claridad que el bienestar emocional y físico del profesorado no es un lujo, en realidad es una condición pedagógica esencial, la realidad es que nadie puede acompañar procesos de aprendizaje significativos si vive en el agotamiento.
¿Cómo podemos priorizar nuestro bienestar? ¿Qué implica esto para nuestros alumnos?
Cuidarnos para beneficiar al alumno
Aunque para todas las personas cuidar de nosotros mismos debería ser una prioridad, cuidarnos en el contexto educativo tiene un importante significado, no es un acto individualista ni superficial, se trata de una postura ética, pues significa reconocer que el cuerpo y la mente del docente también son territorio educativo. En cada gesto, en cada palabra, en la forma de enfrentar la frustración o de celebrar los logros, los estudiantes aprenden mucho más que contenidos, también aprenden a habitar el mundo. Un docente que se cuida, que busca equilibrio, enseña a sus alumnos que el bienestar es un derecho necesario para rendir en todos los aspectos de la vida cotidiana.
Más que respiraciones profundas
El autocuidado docente no se reduce a técnicas de relajación o ejercicios de respiración, en realidad implica construir límites sanos, aprender a decir “no” cuando las exigencias desbordan, establecer redes de apoyo entre colegas y crear espacios donde compartir las cargas. La soledad del aula, tan común en la profesión, se aligera cuando la comunidad educativa se convierte en refugio, por lo que construir lazos con colegas y fortalecer nuestras escuelas como redes de apoyo tanto para alumnos, familias y los propios docentes resulta tan importante.
En este sentido, el bienestar docente es un acto profundamente pedagógico, ya que supone mostrarle a los alumnos que una parte importante del éxito en las aulas también depende de ser responsables de nosotros mismos, no solo en lo que respecta a los resultados obtenidos, sino al proceso y cómo nos cuidamos en ese camino. Reivindicar la pausa, el descanso y la salud emocional es esencial en un ambiente de desafíos y cambios.
Cuidado en la comunidad educativa
Las escuelas pueden, por si mismas, convertirse en nodos de transformación que enseñen tanto a docentes, como a familias y estudiantes a integrar prácticas de cuidado, esto desde la colectividad y los lazos comunitarios. Fomentar este cambio es sencillo por medio de prácticas colectivas de cuidado: encuentros de reflexión docente, acompañamiento emocional, distribución equitativa de tareas o simplemente espacios para compartir entre miembros de la comunidad sin prisa. Son pequeños gestos que devuelven la sensación de pertenecer al mismo espacio a un entorno donde la urgencia parece permanente.
Si queremos escuelas vivas, creativas y humanas, necesitamos docentes que no solo enseñen desde el conocimiento, sino también desde el bienestar, porque un maestro en equilibrio inspira modos más saludables de aprender y de vivir. ¿Qué haces para cuidarte al dar clases? ¿Crees que estas acciones tienen un impacto en tus estudiantes?