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El asombro en las aulas
Educar para el asombro significa crear las condiciones para que la pregunta vuelva a ocupar el centro del aula, lo cual no se trata de hacer del aprendizaje un espectáculo permanente, sino de abrir espacios donde la sorpresa y la duda sean bienvenidas, donde quepan las preguntas, así como evitar la idea de que no saber algo es un error. Un estudiante que se asombra es un estudiante que observa, que cuestiona, que conecta ideas, que sabe que le queda mucho por descubrir y por aprender. Y un docente que se asombra junto con su grupo enseña, sin decirlo, que aprender no tiene edad.
¿Cómo volver al asombro?
Recuperar la curiosidad exige también una mirada distinta del docente hacia su propia práctica, pues el asombro no es algo que pueda transmitirse si uno mismo ha dejado de sentirlo. Redescubrir el placer de aprender, de explorar, de equivocarse y volver a intentar, es una forma de modelar la actitud que deseamos en nuestros estudiantes, solo así podremos transmitir la idea de que el aprendizaje en las escuelas no se trata de memorizar datos para pasar un examen, sino más bien de ver la escuela como una ventana al mundo.
Cuando un docente logra que sus estudiantes se sorprendan con algo cotidiano y aparentemente simple, como una palabra, una planta, una historia, una ecuación, cumple con la tarea más profunda de la enseñanza: encender la chispa que transforma lo rutinario en significativo. El asombro amplía la atención, despierta la memoria emocional y conecta lo nuevo con lo conocido.
¿Alumnos sin curiosidad?
El problema no es que los alumnos hayan perdido la capacidad de asombro, sino que a veces no encuentran un espacio donde expresarla. En aulas saturadas de actividades mecánicas, la curiosidad se disfraza de distracción o de desinterés, sin embargo, detrás de cada pregunta inoportuna o de cada mirada inquieta, hay un impulso por comprender el mundo. Como docentes tenemos la tarea de reconocer esos gestos, explorar lo que sus inquietudes desean saber y volver a hacer que su aprendizaje cobre sentido más allá de la calificación y cumplir los requisitos.
Hacer espacio para la curiosidad
El asombro también requiere tiempo. No puede surgir en medio de la prisa ni bajo la presión constante por cumplir metas. Requiere silencio, observación, contemplación. A veces basta con mirar un fenómeno desde otro ángulo, con proponer una experiencia que rompa la rutina o con escuchar una respuesta inesperada sin corregirla de inmediato. En esos pequeños gestos se cultiva la curiosidad.
Educar desde el asombro implica aceptar que no todas las respuestas están escritas, que enseñar no es solo transmitir lo sabido, sino acompañar el descubrimiento de lo que aún no se conoce. Implica también reconocer que la sorpresa no está peleada con la disciplina, sino que la enriquece: un estudiante curioso aprende con mayor profundidad, retiene más y se compromete con su propio proceso. ¿Cómo fomentas la curiosidad en tu aula? Comparte con nosotros!