Como docentes buscamos constantemente estrategias que nos ayuden a crear un mejor ambiente en el aula, con técnicas útiles para regular las emociones, mantener el control y motivar a los alumnos a participar, trabajar y construir juntos su proceso de aprendizaje. Sin embargo, es complicado a veces que nuestros propios impulsos, emociones y conductas aprendidas no sean un obstáculo para el desarrollo del aula.
Levantar la voz y utilizar estrategias autoritarias como el regaño constante son herramientas comunes para muchos docentes, quizá porque aparentemente les ha funcionado por muchos años o simplemente porque es de lo más instintivo con lo que contamos a veces. A pesar de ello este camino puede no ser el más exitoso, pues tiene diversas consecuencias en la conducta de los alumnos.
¿Qué alternativas tenemos para una mejor gestión de la conducta y la participación en el aula? ¿Cómo evitar que levantar la voz o gritar a los alumnos sea una herramienta común?
¿Una buena opción?
Levantar la voz no es una solución a las dificultades del aula, por el contrario, pone en alerta nuestro sistema nervioso, que percibe en el ambiente un factor amenazante, pues un volumen elevado y un tono de voz agresivo son percibidos por nuestro cerebro como una amenaza, por lo que lo único que logramos con esto es que los alumnos perciban el ambiente escolar y a su docente como un lugar en el que es probable que exista algún tipo de confrontación y por lo tanto permanecer en estado de alerta.
También es algo muy desgastante para el docente, que tendrá que levantar la voz con mayor constancia cada vez, entrará en estado de tensión y sentirá que su grupo no le escucha a menos que eleve más su tono de voz.
Adicionalmente, recordemos que como docentes somos modelos para los alumnos, quienes se llevarán la idea de que utilizar estos elementos para la resolución de conflictos es buena estrategia y buscarán imponer sus argumentos e ideas a través del volumen de voz.
A pesar de esto, es necesario entender que gritar es una reacción normal cuando nos enfrentamos a un grupo disruptivo, nuestras emociones entran en juego y la necesidad de retomar el control del aula hacen que para muchos resulte hasta inevitable optar por esta estrategia cuando se requiere atraer la atención de los alumnos. Es importante ser pacientes con nosotros mismos en todo momento y recordar que somos humanos siempre.
¿Cómo evitarlo?
Aunque no sea algo que hacemos con frecuencia, es probable que podamos detectar qué situaciones nos hacen más proclives a elevar el tono de voz e incluso a perder cierto control ante los estudiantes. Quizá se trata de una clase agitada, un tipo de confrontación en específico o la falta de atención en ciertos ejercicios lo que nos provoca inmediatamente una reacción elevada, observarnos y saber detectar qué tipo de situación dispara en nosotros esta conducta es un buen inicio para empezar a cambiarlo, así tendremos más tiempo antes de actuar y sabremos con mayor facilidad en qué momentos detenernos a pensar un poco más.
-Utiliza actividades de regulación con tus estudiantes, dales tiempo para respirar, estirarse y cambiar de ritmo unos minutos varias veces al día, esto puede ayudar mucho a lograr un ambiente más relajado en general, con estudiantes más atentos y dispuestos a participar.
-Procura escuchar lo que tienen que decir tus alumnos, esto ayudará a evitar confrontaciones porque a ambas partes les hará sentir escuchadas e incluidas en la búsqueda de soluciones.
-Deja que ellos elijan de vez en cuando, no se trata de que ellos impongan la clase, más bien de que tengan opciones para sentir y practicar su autonomía. Ponles opciones en cuanto a sus actividades, tareas y tiempos de trabajo.
-Construye junto con ellos un reglamento claro que todos puedan seguir. Apégate a ese reglamento lo más posible y habla con ellos cuando exista alguna excepción a reglas establecidas.
Todo esto puede ayudar a crear un aula más dispuesta a escuchar, cómoda y segura, donde elevar la voz no sea necesario.
¿Qué ideas añadirías tú y qué consejo le darías a otros docentes?