Aunque como seres humanos hemos desarrollado un cerebro racional capaz de analizar situaciones y tomar decisiones bien pensadas, nuestros instintos más naturales a veces toman el control, y esto no es solamente una metáfora, cuando nos sentimos en peligro o vulnerables hay un instinto en nuestro cuerpo de protección y defensa, el cual entra en acción, para nuestro cerebro se trata de protegernos. Cuando tenemos miedo o nos sentimos amenazados ocurre una respuesta que es comúnmente asociada a la huida o lucha, la cual también se conoce como secuestro de la amígdala.
¿Qué es el secuestro de la amígdala?
Este término fue acuñado por Daniel Goleman, famoso psicólogo estadounidense, y se refiere a un momento de estrés en el que la amígdala, que se encuentra en la base de nuestro cerebro, actúa sin que el lóbulo frontal, encargado de la prudencia y la toma de decisiones, procese la información, lo cual hace que la respuesta sea impulsiva, emocional y disruptiva. Esta es una herencia genética de un cerebro en el pasado que enfrentaba peligros constantes en la naturaleza y que ahora reconoce peligros en situaciones de estrés quizá menos amenazantes para la vida, pero igualmente complejas, como la presión del trabajo, un día agotador en clase, una gran cantidad de estímulos estresantes, etc.
A cualquier edad puede ocurrir que una sobrecarga de tensión provoque nuestra respuesta de lucha o huída, pues naturalmente secretamos hormonas relacionadas con el estrés, lo cual puede desencadenar una respuesta basada en la ira, el miedo o la frustración, por lo que decimos o hacemos cosas que más pensadas jamás haríamos, pero es posible que veamos mucho más esto en los niños, que tienen menos práctica en la gestión emocional, por lo que pueden darse conductas disruptivas que afecten nuestros salones de clase.
¿Qué podemos hacer?
Cuando nuestra amígdala toma el control es posible que reaccionemos de formas que incluso a nosotros nos sorprendan y pueden tener efectos muy negativos en nuestro entorno y nuestras relaciones, por lo que es muy importante aprender a gestionar nuestras emociones para que no lleguemos a ese punto, ser conscientes de lo que sentimos, comunicar nuestras dificultades, buscar ayuda y apoyo cuando lo necesitamos, tomarnos un descanso en momentos de estrés y darnos un tiempo antes de reaccionar ante nuestros primeros impulsos, todo esto nos ayudará a lograr que nuestro lóbulo frontal tome nuevamente el control.
Ayudar a los niños y adolescentes en este proceso nos puede ayudar a construir aulas más tranquilas, seguras y reguladas, pero es importante que nosotros mismos aprendamos un poco de este mismo proceso.
Es fundamental reconocer nuestras emociones, estar conscientes de lo que sentimos en el día a día, cuáles son las respuestas físicas a emociones concretas o incluso nombrar lo que sentimos, identificarlo, darle forma y expresarlo de manera saludable, esto nos ayudará a regularnos mejor incluso en situaciones de estrés, pues no estaremos todo el tiempo sobrecargados.
Expresa lo que sientes
A veces un “secuestro de la amígdala” ocurre cuando algo que tenemos mucho tiempo sin expresar sobrepasa un límite y entonces tenemos que dejar salir la presión que estamos sintiendo. Además de reconocer tus emociones es necesario expresarlo, una charla con un amigo, llevar un diario de emociones, transmitir lo que sentimos a través del arte, el deporte o algún otro canal que encontremos nos ayudará a sentirnos en control y a procesar todo lo que sentimos.
Respira antes de actuar
Si bien nuestra amígdala puede llegar a tomar el control en situaciones específicas no significa que no podamos controlar nuestras acciones, antes de actuar siempre tómate unos segundos para reconsiderar lo que dirás o harás, no dejes que el impulso gane. Entre más practiques el retomar el control de tus reacciones más fácil será.
Guía a tus estudiantes
Los niños y adolescentes requieren de guía en este tipo de procesos y transmitirles pequeñas herramientas para que logren gestionar mejor sus impulsos nos ayudará a tener un aula más tranquila. Ayúdales a nombrar sus emociones, a contar antes de reaccionar, a identificar cómo se sienten y a expresarse de maneras seguras en tu aula.
¿Has experimentado un secuestro de tu amígdala? ¿Lo has visto en tus estudiantes? ¡Comparte aquí tus experiencias!