La abdicación de Agustín de Iturbide al trono de México en 1823 y su posterior exilio provocaron fuertes tensiones políticas que radicalizaron las posiciones ideológicas de quienes deseaban su regreso.
Con el fin del imperio de Iturbide, en el Congreso se discutió la forma del escudo de armas que representaría a México. Se planteó, sobre todo, hacer cambios al escudo del Imperio. Algunos diputados sugirieron cambiar los colores a blanco y azul, como los usados por José Ma. Morelos en su bandera; otros propusieron que el águila se representara aislada, sin el nopal y la peña, a lo que se opusieron la mayoría puesto que consideraban estos elementos distintivos de lo mexicano. Finalmente se conservaron los colores, al águila se le añadieron las ramas de encina y laurel que representan la fuerza y triunfo, y se excluyó la corona que simbolizaba la monarquía.
Finalmente el Congreso Constituyente emitió el “decreto sobre el Escudo de Armas y el Pabellón Nacional”, donde se determinó la forma del escudo: el águila parada sobre un nopal devorando a una serpiente.
Al paso de los años y de los eventos políticos del país, nuestro escudo ha sufrido modificaciones, hasta que en 1968 se rediseñó de cara a los Juegos Olímpicos que se llevaron a cabo en la CDMX.
Francisco Eppens Helguera fue el encargado de rediseñarlo y añadió elementos prehispánicos como las tunas rojas y el glifo del agua.
El Escudo Nacional está cargado de simbología que busca abarcar la vasta historia de nuestro país, desde la época prehispánica.