En la época del Imperio romano, el calendario tenía 304 días distribuidos en 10 meses y fue Julio César, en el año 46 a.c., quien ordenó que se modificara el calendario con el fin de ajustar de manera definitiva el año al curso del Sol. El calendario juliano, que retomaba los 365 días divididos en 12 meses del calendario egipcio, fechaba las estaciones y sus fiestas romanas correspondientes concordando con el momento astronómico en el que sucedían. Para contrarrestar el desfase, en lugar de intercalar un mes cada determinado tiempo, se optó por sumar un día cada cuatro años lo que originó el concepto de año bisiesto.
En el calendario romano enero era el undécimo mes del año, representado por una cabeza de dos caras que simbolizaba la salida del sol por el Este y la puesta del sol por el Oeste. Con los cambios realizados por Julio César enero pasó a ser el primer mes del año con 31 días.
En 1582, el Papa Gregorio XIII dictó el “Inter Gravissimas”, por el que entró en vigor el calendario gregoriano el cual establecía que el 4 de octubre de 1582 se daría un salto en el tiempo y se convertiría en el 15 de octubre de 1582. Además, se fijaba que habría un año bisiesto cuando el año en cuestión fuera múltiplo de 4, con excepción de los años múltiplos de 100. En total, el calendario gregoriano fijaba 97 años bisiestos cada 400 años, en lugar de los 100 que marcaba el calendario juliano
Enero proviene del latín “Iānuārius”. Su nombre se debe a Jano, dios de los comienzos y las entradas, al cual se le dedicaban ofrendas y se celebraban festividades.