La Organización de las Naciones Unidas (ONU) menciona que la pobreza tiene múltiples vertientes, algunas visibles y otras invisibles, pero todas interrelacionadas. El tema de este año destaca una de las vertientes más difíciles de ver de la pobreza: el maltrato social e institucional que sufren las personas que viven en la pobreza.
Este año se busca que los países miembros encuentren formas de actuar conjuntamente para alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 16, que promueve sociedades justas, pacíficas e inclusivas.
Las personas que viven en la pobreza son blanco de actitudes hostiles. Se les estigmatiza, discrimina, juzga, por ejemplo, por su aspecto, acento, su discurso, se les culpa de su situación y se les falta al respeto.
El maltrato social da lugar al maltrato institucional, con una combinación de conductas nefastas, como la desconfianza y la falta de respeto, y el control de políticas y prácticas discriminatorias, que niegan a las personas sus derechos humanos fundamentales, por ejemplo, el acceso a la atención sanitaria, la educación, la vivienda y el derecho a la identidad jurídica.
El maltrato social e institucional se retroalimentan y se conforman como una violencia de doble filo, que ahonda en la injusticia. Esto se agudiza aún más para las personas que se enfrentan a otras formas de prejuicio, por temas de género, orientación sexual, raza o etnia.
Es fundamental comprender la pobreza y cómo las diferentes formas de violencia y dominación interactúan entre sí y afectan a las personas que viven en la pobreza.
Experimentar a diario la injusticia y la deshumanización mina la autoestima, destruye la autonomía personal, priva a las personas de su dignidad y de la posibilidad de salir de la pobreza. El maltrato social e institucional supone una pérdida catastrófica de potencial humano para la sociedad.