De la increíble facilidad creativa del mexicano y dominio lingüístico, nace una figura que hoy en día comienza a desvanecerse detrás del devenir digital.
El “cácaro” era el encargado de manejar el proyector de las salas del cine del siglo XX, cuando un aparato manual proyectaba las imágenes de las cintas que contenían toda la magia. Entonces era común que las cintas se atoraran, se incendiaran o se tuvieran que cambiar (pues muchas películas no cabía en un solo rollo de cinta), lo que propiciaba gritos en la audiencia que buscaban al cácaro para que resolviera el problema.
¿De dónde viene esa palabra tan extraña? La historia conocida nos dice que, en Guadalajara, durante el porfiriato, una sala de cine llamada Salón Azul contaba con un asistente llamado Rafael González, quien portaba en el rostro cicatrices de una viruela superada tiempo atrás, por lo que la gente lo apodó Cácaro, una variante de “cacarizo”, mote popular que se le da a la gente con estas marcas en el rostro.
Rápidamente el término cundió entre la población de tal forma que los cines de todo el país contaban con su propio cácaro al cual reclamar los desperfectos durante la función.
Los proyectistas se han perdido casi por completo y el uso del término también.