Aunque estresante, ser maestro también tiene una parte divertida y una de ellas es reconocer en los alumnos actitudes comunes. No importa cuánto cambien las generaciones, hay cosas que los alumnos de todas las generaciones repiten. ¿O alguna de las siguientes situaciones ha dejado de ocurrir?
Cuando estás en una explicación importante y todo tu salón parece muy atento. Te sientes bien y confiado con esa exposición, tus alumnos parecen seguirte. Llega el momento de preguntar si alguien tiene alguna duda y ese alumno levanta la mano.
“¿Puedo ir al baño?”.
Toda tu inspiración se corta. ¿Por qué?
Tienes una actividad en el salón de clases, sabes que las instrucciones son importantes y te preocupas por detallarlas muy bien. Repites el proceso un par de veces para asegurarte que todo tiene claro. Ahora sí, comiencen. Entonces un alumno levanta la mano y te pregunta “¿Qué tenemos qué hacer?”
Se acerca la evaluación, todos tus alumnos lo saben y aquellos que se pasaron el periodo sin preocuparse por su calificación de pronto están muy angustiados. Entonces nunca falta quien se acerque a ti para preguntarte si puede hacer algún trabajo para tener puntos extra o de plano te preguntan qué pueden hacer para sacar un diez. No sé, tal vez… ¿trabajar desde inicio de curso?
Cuando hay un trabajo importante o una tarea pendiente y llega un alumno un poco nervioso hasta tu escritorio. Desde que lo ves, lo sospechas, esa forma de caminar y la cabeza baja… Llega hasta ti para comenzar un largo discurso “Profe, es que fíjese que el otro día… bueno, es que ya sabe que tengo un hermanito, bueno él, es que es bien escandaloso…” Pueden pasar varios minutos antes de que te enteres cuál es el objetivo de esa larga historia.
Sería necesario crear un concurso (o varios) de los pretextos más conviencentes o de los más comunes. Aunque el confiable “mi perro se comió la tarea” ya pasó de moda, los pretextos siguen siendo predecibles y poco creíbles. “Profe, es que se descompuso la impresora”, “Me quedé sin internet”, “Se le rompió la punta a mi lápiz y en toda la colonia nadie vendía un sacapauntas”... Sí, como maestro ya te los sabes todos.
Lo primero que haces siempre que aplicas un examen o recojes una tarea es preguntar si todos ya le pusieron nombre a sus trabajos. Lo repites varias veces, lo escribes en el pizarrón, es la priemra instrucción en la hoja que les diste, es un requisito para calificar el trabajo, etc. Invariablemente cuando devuleves el trabajo la pregunta es “¿de quién es este trabajo sin nombre?”
Parece que los alumnos tienen una necesidad irreprimible de revisar su celular. Sin importar cuantas reglas haya en la escuela, siempre logran llegar al salón de clases con sus smartphones de última generación y ya dentro del salón, es casi inevitable verlos reírse con los memes que les mandan sus amigos. ¡Deja de ver el celular!
“¿Profe, puedo ir al baño?” y de pronto el salón completo siente necesidad de ir al baño, sale uno y parece que todos tus alumnos bebieron agua en el mismo segundo porque al salir el primero todos quieren ir. ¿Hay alguna sociedad secreta en los baños o cuál es el deseo por visitarlos?
La lista podría seguir y seguir, porque los alumnos siempre tienen alguna idea novedosa. Lo bueno es saber que algunas cosas nunca cambiarán. ¿Cuál agregarías tú?