Por Carlos Arturo Moreno
Lo que hace el profesor en el salón de clases necesita, imperiosamente, una transformación para intentar dar respuesta a la incertidumbre que caracteriza al mundo en el que estamos insertos. La Reforma Educativa convoca al análisis constante de esa dialéctica: enseñanza-aprendizaje, que consiste en poner atención a la capacidad de aprendizaje del alumno, en cómo aprende, y nunca perder el objetivo de la educación, lograr que de las aulas surjan ciudadanos con una ética capaz de interactuar con el prójimo de una manera socializada, sujetos que egresen de la Educación Básica capacitados en el uso de herramientas propias de una civilización unida a la posmodernidad; ver la realidad acorde a la propuesta de Edgar Morín, hacer del “pensamiento complejo” un acto de cotidianidad.
La Educación en nuestro país se circunscribe dentro de las cinco competencias para la vida; dos están directamente relacionadas con el aspecto cognitivo (aprendizaje permanente y manejo de información) y tres con el aspecto socio-emocional (manejo de situaciones, saber convivir y vivir en sociedad).
La labor del docente en la actualidad no se limita solamente a “transmitir el conocimiento”, sino hacerlo significativo. Si el docente se dedica solamente a transmitir el conocimiento por medio de prácticas obsoletas, aburridas o monótonas, que no llegan a significar nada para el alumno, la educación seguirá siendo un caso perdido.
La propuesta de la educación de acuerdo a los paradigmas que han dado resultado a nivel internacional es apostar por una educación centrada en el alumno, en el logro de competencias, implementar un trabajo colaborativo, el desarrollo y apropiación de las habilidades digitales, ver la evaluación del alumno como un proceso continuo durante el ciclo escolar y no solamente al final. Se debe tomar en cuenta (como se puede leer en otro texto que aparece aquí mismo, en Sala de Maestros) que la educación, aún hoy en día, funge como el factor principal de la movilidad social y no perder de vista la dimensión horizontal de la adquisición del conocimiento, dejar atrás la verticalidad del sujeto, del supuesto saber que se depositaba en la figura del profesor. Ya no más aulas en donde el docente hace gala de sus dotes histriónicos. La propuesta hoy en día es darle la voz al alumno.
El cambio en la educación se podrá implementar siempre y cuando nosotros, que trabajamos en este rubro, demos importancia a la actitud sobre nuestra propia práctica docente y al trato que le damos al alumno. La interacción, el vínculo que el docente logre implementar con su alumno y con sus compañeros de trabajo. Ambientes favorables de aprendizaje que no se limitan a la infraestructura, sino que van más allá, a la actitud del docente, de hacer de su trabajo un acto placentero.
Trabajar en proponer nuevas estrategias educativas implica un cambio de actitud por parte del docente. Para que se lleve a buen término todos los propósitos esbozados en los planes y programas, primero debemos cambiar nuestras estructuras mentales. Si al docente le apasiona su profesión ya habremos dado un gran paso.