Los maestros no son solo maestros. Rara vez, el docente llega al aula, expone su clase y se retira sin reparar en sus alumnos; aunque no lo quieran, muchas veces se ven envueltos en los problemas personales del alumno, pues inevitablemente influyen en su conducta y su rendimiento al interior de la clase, a veces pueden ayudarlos a solucionar sus problemas, pero en ocasiones no pueden hacer nada, solo escuchar y apoyar a su alumno.
Mucho se ha discutido sobre el límite que existe entre la profesión y las emociones, pero cuando se trata de trabajar directamente con otras personas es inevitable llegar a compartir experiencias y a desarrollar empatía con los pequeños en el aula. Algunos de los cuales llegan a vivir situaciones muy difíciles hasta para los adultos, más aún para los niños.
El problema es que cuando un niño o adolescente comparte su experiencia con el maestro, éste se convierte en portador de ese mismo trauma. Cuando un estudiante ha sido traumatizado, el maestro también desarrolla ese trauma, esto llega a expresarse de forma concreta, con síntomas físicos y químicos como los de quién lo ha enfrentado directamente: una respuesta física al miedo, se libera cortisol y adrenalina, lo que aumenta la presión sanguínea, el ritmo cardíaco, libera una marea de emociones. Esto lleva a profesores adoloridos por las experiencias de sus alumnos, asustados, en estado de alerta, con problemas para continuar con su trabajo. A esto se le conoce como estrés traumático secundario, algo relativamente común en quienes trabajan con personas que han experimentado algún trauma.
El problema es que los maestros rara vez encuentran herramientas para trabajar estas situaciones, se cree que la profesión se limita a los programas escolares, horarios y evaluaciones, pero les hace falta desarrollar resiliencia y estrategias para hacer frente a sus propias emociones, por eso, aquí dejamos algunas ideas para que trates de evitarlo o aprendas a lidiar con estos problemas.
Crear rituales de desconexión
Separar el trabajo de la vida diaria es una de las recomendaciones más difíciles de seguir, pero una buena forma de lograrlo es crear rituales con los que nos digamos inconscientemente que el día de trabajo ha terminado, pueden ser cosas tan sencillas como llegar a casa y cambiarnos de ropa, apagar el teléfono o hacer alguna actividad que marque el final de la jornada. Nuestro cerebro, poco a poco, aprenderá que al hacer esto el día se ha terminado.
Hacer un esquema de tu día a día
Si de pronto sientes que hay agentes estresantes que no puedes controlar, una buena estrategia es mapear tu rutina del día, así podrás identificar cuándo y qué cosas disparan tu estrés o el de tus alumnos, así te podrás preparar previamente y crear estrategias con antelación o evitarlos si te es posible. Sin duda tu nivel de estrés descenderá cuando te sientas en control de una situación.
Hablar con otros
Este es un recurso que siempre vale la pena repetir, pues compartir tus experiencias y emociones con otras personas es una gran herramienta para manejarlas, así te harás observador de ti mismo y obtendrás retroalimentación, además, sencillamente, te sentirás apoyado y acompañado.
No menosprecies tus emociones
Si de pronto sientes que alguna situación en particular se ha tornado demasiado pesada, no menosprecies ese problema, compártelo y busca ayuda, no ovides que eres un ser humano, empático y sensible. En la medida en que tu puedas manejar tus emociones, podrás ayudar a tus alumnos o hasta a tus compañeros.
¿Alguna vez has sentido que el problema de un alumno te sobrepasa? ¿Cómo has manejado estas situaciones? ¡Cuéntanos!