Hace muchos años, pero no tantos, antes de que la moneda se devaluara hasta la que tenemos hoy, existían unos teléfonos públicos que sólo aceptaban moneditas de 20; para llamar se metía la moneda en la ranura y cuando tomaban la llamada, la moneda caía y hacía ¡cling! Entonces ya podías hablar y escuchar. Por eso ahora decimos “ya me cayó el 20” cuando nos damos cuenta de algo que no habíamos entendido o escuchado.