La pesadilla de muchos maestros no son los alumnos, son los padres. Aunque son una parte fundamental de la educación, muchas veces se convierten en un obstáculo. Y los hay de muchos tipos.
Los desinteresados
Esos papás que no asisten nunca a las juntas, que rara vez se aparecen en la escuela y que si tú los buscas para hablar con ellos posiblemente te darán largas o sencillamente nunca sabrás qué es de ellos. Pero aguas, nunca falta que al cerrar el ciclo se aparecen finalmente, porque descubren calificaciones alarmantes y entonces sí, buscan al maestro hasta por debajo de las piedras.
El acosador
Si los padres que no aparecen son un dolor de cabeza, los que son todo lo contrario pueden ser peores. Esos papás que a diario te buscan o constantemente quieren hablar contigo sobre su hijo, la tarea, los exámenes, el uniforme. Lo cuestionan todo, participan demasiado y no dejan solos a sus hijos para cumplir con sus deberes. No se diga a los maestros.
Los que son mejores maestros que tú
Nunca faltan los papás que se creen maestros. Y para colmo, mejores que tú, en todo. Cada vez que hablas con ellos te dicen todo lo que deberías implementar, cómo explicar ciertos temas, hasta te dicen por qué no funcionan tus clases o cuáles son tus faltas. ¿Son profesores? No, seguramente no . Nunca se han parado frente a un grupo ni le han enseñado a niños, pero, al parecer, su teoría es más brillante que tu experiencia.
Los que buscan terapia
Esos padres que llegan preocupados por alguna situación de su hijo en clase, pero acaban por contarte toda la historia familiar, sus problemas personales, el por qué de sus traumas y demás detalles íntimos que te abruman y te dejan preocupado. Sabes que toda esa historia es parte de tu alumno, pero que lleguen a contarte esas cosas de golpe no es tan sano, acabas fatigado de escuchar tanto y sin soluciones para ningún problema.
Los incrédulos
“Mi hijo es el mejor niño del mundo, jamás haría una cosa como esa”, típica frase de un papá que ve a su hijo como él ángel perfecto y que, por lo tanto, no cree todas las travesuras que hace en la escuela. Seguramente sabe muy bien de que le hablas, pero no está dispuesto a admitirlo frente a ti, cosa que hace muy complicada la educación de sus hijos, pues los límites que tú le pongas acaban por perderse.