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Como docentes uno de los retos más complejos es el manejo de la clase, lo que incluye la gestión de la conducta de nuestros estudiantes, que a veces puede hacer muy difícil el desarrollo de la clase o despertar estrés en nosotros, pues tenemos estudiantes volátiles, un grupo inquieto o un ambiente muy denso. Esta es una de esas partes de la enseñanza que mejoran mucho con la experiencia, pero también con la aproximación a la teoría, nuevas metodologías y mucha empatía.
El manejo de la disciplina en el aula ha tenido muchas aproximaciones a lo largo del tiempo, pues en educación han habido diversas escuelas que tienen visiones diferentes del comportamiento, el aprendizaje y la conducta.
Actualmente se habla mucho de disciplina positiva y disciplina negativa, la cual sería aquella en la que se emplea el castigo para tratar de cambiar ciertas conductas, con la idea de desalentarlas, al tener consecuencias negativas, funciona al momento, pero realmente no logrará un cambio significativo. La disciplina positiva, por otro lado, también maneja el concepto de consecuencias, pero busca un aprendizaje a largo plazo, busca que los niños o adolescentes comprendan que es natural que para nuestras acciones haya consecuencias, las cuales además son lógicas.
Un cambio de aproximación en ocasiones levanta críticas o rechazo, para muchos esta transformación implica ser más permisivos con los niños o jóvenes, evitarles sinsabores lo que los dejará sin experiencias de aprendizaje o que provocará a la larga una falsa idea de que pueden hacer lo que quieran sin miedo a las consecuencias. Sin embargo el cambio a una disciplina más positiva no implica nada de esto, pues es la idea es enseñar a los más jóvenes que todos sus actos traerán alguna consecuencia, tanto para sí mismos como para los demás, pero se busca hacerlo a través de la reflexión, el aprendizaje profundo, la empatía, la justicia, el respeto y la aceptación.
La disciplina positiva implica el aprendizaje de habilidades para la vida diaria, tanto en el presente como en el futuro, tales como la autorregulación, el manejo de la frustración, la escucha activa, la responsabilidad, el autoconocimiento y el autoestima.
Más allá de la conducta, necesitamos entender que la reacción, las palabras y el comportamiento del estudiante tienen razones variadas y en ocasiones muy complejas, aunque ciertas actividades en el aula o la escuela son las que disparan una conducta, muchas veces la verdadera razón detrás de esas problemáticas está en su entorno cultural, familiar y personal.
Aunque no podemos resolver el contexto de cada uno de nuestros alumnos, la forma en que manejamos esto en el aula puede cambiar las cosas, tanto para el mismo estudiante como para el ambiente de las clases, por ello nos conviene conocer otras aproximaciones además de la natural reacción a la frustración y la molestia que ocurren cuando un estudiante interrumpe la clase o se comporta de forma desafiante. Y la clave está en la empatía, en la comunicación y en la comprensión del por qué se dan ciertas conductas. Para ello es importante que en nuestra aula exista un ambiente de comunicación abierta, la construcción de una comunidad, en donde todos sientan que son escuchados y validados.
Para la disciplina positiva es muy importante la regulación de nuestras acciones y reacciones, por lo que para tratar un problema es necesario que nosotros como docentes estemos tranquilos, cuidemos nuestro tono de voz, nuestro lenguaje corporal y nuestras propias emociones, pues al encarar a un estudiante mientras estamos alterados lo único que lograremos es escalar la conducta, lo cual afectará la visión que tienen los alumnos de nosotros, tanto los involucrados como los testigos.
Esta regulación necesaria implica también saber cómo reaccionar frente a nuestra propia frustración, con seguridad, para los estudiantes y para nosotros mismos. Si se presenta en el salón o en el patio de recreo alguna situación, lo mejor es separar a los estudiantes, permitirles que se calmen y luego aclarar con todas las partes cuáles serán las consecuencias, tras haber escuchado a todos los implicados y, sobre todo, tras habernos calmado nosotros mismos. Lo primero es evitar que la situación se haga más grande, pero para tomar decisiones es necesario que los cerebros, tanto de los alumnos como los nuestros estén más tranquilos y receptivos, pues un cerebro estresado no escucha.
Tanto como docentes, como alumnos o como autoridades, esta transición a un nuevo enfoque puede ser complicada, por ello pequeñas acciones nos llevarán naturalmente a un estado más positivo. Parte de ello es implicar a los estudiantes en la toma de decisiones, escuchar sus necesidades y hacer caso real de lo que nos dicen, construir reglamentos en conjunto y acordar las consecuencias que se tendrán ante diversas acciones es un buen inicio, la adopción de medidas como la justicia restaurativa, también nos puede ayudar e implica la construcción de una comunidad más fuerte, esto significa que quienes cometan alguna falta al reglamento acordado reparen el daño que han causado, reflexionen sobre sus acciones, se conozcan a sí mismos y a los demás.
El uso de herramientas como un rincón en el aula para calmarse en un momento de estrés, la oportunidad de explicar qué motivó cierta conducta y una sensación de que las medidas son justas para todos también son necesarias, así como la inclusión de una educación socio-emocional en todos los niveles.
¿Crees que tu escuela tiene un enfoque de disciplina positiva? ¿Cómo podrías motivar la adopción de esta en tu aula? ¿Crees que implicaría un cambio para los estudiantes? ¡Comparte con nosotros tus impresiones!