El trabajo del docente no es un trabajo simple, más allá de enseñar a los alumnos a sumar, a leer o a reconocer las fechas históricas más importantes, su desarrollo a lo largo de la infancia e incluso la adolescencia están vinculados al trabajo que hacemos en el aula, así como a las relaciones que los alumnos establecen con sus compañeros e incluso con sus docentes. Además el contexto en el que se encuentran sus alumnos, sus familias y su personalidad son factores que afectan cómo aprenden y cómo crecen los alumnos, por eso es que nuestro trabajo es tan complicado.
Ante todos estos factores, los docentes normalmente buscan mantenerse al margen de la vida personal de sus alumnos, buscando una aproximación más objetiva, sin embargo, por más que nos esforcemos por mantener la distancia, es inevitable que los conozcamos un poco más, así como sus contextos, con lo cual a veces acabamos por conocer situaciones por demás complejas, con las que si a nosotros nos cuesta lidiar, sabemos que un alumno joven tendrá aún más dificultades.
Como docentes que se enfrentan a contextos difíciles, es común que experimentemos un vínculo con los alumnos que no tiene mucho que ver con la clase, pero que sí puede llegar a significar un problema de salud mental para nosotros. Esto es conocido como el Síndrome del Vicario o trauma vicario y se refiere a las consecuencias que puede tener en nosotros el compartir las emociones de otras personas, es relativamente común en personas que trabajan en el sistema de salud, como enfermeras o psicólogos, pero también en docentes, cuando estos están cerca de situaciones difíciles, de alguna manera es complejo no compartir con los alumnos las emociones más intensas y las preocupaciones ante ciertas situaciones.
Al final esto puede expresarse en nosotros como fatiga crónica, ansiedad e incluso depresión, sumadas a la sensación de que no deberíamos sentir esto, sino permanecer fuertes para acompañar al otro, sintiéndonos culpables y poco agradecidos con nuestras circunstancias. Sin embargo se trata de algo real, que puede llegar a afectar nuestra calidad de vida y nuestra salud.
Es difícil identificar cuando algo nos ha afectado tanto, especialmente si parece que le ocurre más a otro que a nosotros mismos, pero es necesario estar atentos y prevenir esto lo más posible.
Quizá otros docentes te comprendan mejor de lo que crees, pero hablar con los amigos, la familia e incluso un profesional nos puede ayudar a descargar las emociones acumuladas por el trabajo cercano con los alumnos, no te sientas culpable, abrirnos a los demás y comentarles cómo nos afectan nuestras emociones es muy importante.
Es necesario que te tomes un tiempo para desconectar de estas preocupaciones, aunque puedas sentirte culpable por disfrutar mientras otros la pasan mal. No olvides que para ayudar a alguien tenemos que estar bien primero nosotros mismos, así que date unos minutos al día para respirar y descansar, un día a la semana o un fin de semana al mes para desconectarte del estrés que esto te causa y para vincularte con otras personas.
Si estás en contacto con historias complejas es importante que te observes un poco a ti mismo, si puedes dormir normalmente, si comes sanamente o si desarrollas conductas no tan saludables con estos hábitos, como dormir poco, dormir demasiado, comer a deshoras, perder el apetito o sentirte relajado a través de la comida, dolores de cabeza frecuentes, gastritis o cualquier signo de estrés que cambie tu calidad de vida. Detectar esto a tiempo nos ayudará a tomar cartas en el asunto antes de que se vuelva algo realmente complejo.
¿Alguna vez has experimentado esta sensación de compartir con tus alumnos alguna situación compleja? ¿Cómo trabajaste este aspecto en ti mismo? ¡Comparte con nosotros tus experiencias!