Por: Julián Francisco Esparza Martínez
Dejé de alarma la canción “La Actitud Correcta” de Bunbury, al escuchar los primeros guitarrazos me levanto de inmediato, visión borrosa, confusión tipo efecto mariposa; con cierta energía estiro toda mi anatomía para dar el primer paso, ese salto que puede definir mi existir. Ya de pie, visto mis viejos jeans al estilo de un buen músico de rock, mis botas gastadas del diario caminar, con el polvo del camino, con la vieja esperanza de que la nación nos hará justicia.
Me veo al espejo, el tipo del reflejo me dice: “ya son 50 eneros y tu cabello enmarañado apenas asoma algunas canas”, a lo lejos escucho “…pero yo despeino el cielo mientras un escuincle ríe tras la nubes de mi pelo y es curioso que a esta edad se asome el niño que hay en mi”, como lo canta Jaime López, entonces suelto una sonrisa para saludarle. Él se burla, me señala las arrugas de viejas batallas, de viejos amores, de viejos amigos, de mi musa que aún no logro dejar. Busco mi camisa y me termino de vestir.
Me conecto a mi atalaya musical y automáticamente escucho: “Soy del color de tu porvenir…me dijo el hombre del traje gris” mientras camino rumbo a mi segundo hogar, la secundaria, el laboratorio. La oscuridad de la madrugada y el viento me recuerdan que estoy vivo, a pesar de los sinsabores, de los días aciagos, de las dudas, de seguir creyendo en un sistema que nos tiene con la soga al cuello, de funcionarios que hasta el día de hoy nos siguen dando : “Al pueblo hay que darle duro, que aguanten, que son un montón”.
Con virtuosa ceremoniosidad, abro el viejo candado que sirve de cerradura a la desvencijada y vieja puerta, como la esperanza fiel de un mexicano en la alborada de un “nuevo” modelo educativo. Al entrar, no puedo disimular el desaliño general, bancos viejos, roídos, destartalados, mesas antiguas, casi inservibles y sin asear, alguien no hizo su trabajo. Mucho de esto es por los alumnos con malos hábitos, frustraciones familiares, sueños rotos, son seres humanos enojados con su vida. Muchos culpables, pocos valientes que se atreven a cambiar para bien.
Comienza la aventura: “¡Buenos días! ¿Cómo están?” Sonidos, risas, miradas furtivas, mucho de vida, de ganas de aprender, de vaciar frustraciones contra sus compañeros, mucho de ideas, un poco de agresión y yo, tan loco por vivir, tan falto de renunciar a lo que me gusta. Biodiversidad, respiración, ecuaciones químicas, moles, experimentos, proyectos, todo para motivar y guiar en el camino, seguro de querer salir al mundo del conocimiento.
Así durante 7 horas.
Un poco cansado, pero con la satisfacción de haber hecho lo mejor en este andar del conocimiento diario y necesario para tener una mejor calidad de vida, camino a casa, al refugio en donde sé que me esperan, en dónde empiezo una batalla más por ella, por ellos, para enseñarles lo bello que la vida diaria nos ofrece, lo bello que es tenerlos a mi lado.
Todos estamos en un impase donde nos envuelven muchas veces la apatía y el desamor. Pero eso es inconstante, somos familia, somos queridos, somos fuerza, solo que a veces nos distraemos.
No hago trabajo escolar en casa, lo preparo en mis horas libres entre módulos, de esta manera aprovecho el tiempo en casa, con los hijos, con mi musa, porque tenemos asignaturas pendientes en esto del amor. Y entonces es cuando me voy apagando, son 23 horas al día que me gusta vivirlas, me desconecto poco a poco del mundo este, de las luces del bulevar de los sueños, del bullicio del laboratorio escolar, lejos de la pizca de madurez de chicos con fuego en la sangre y sueños en el corazón. Mientras tanto, a lo lejos Bosé canta “Libertad no me eres nueva y recuerdo a duras penas, que eras mi mayor problema, mis comidas y mis cenas” y así mi pensamiento se va durmiendo y yo con él.