Por Elia Castañeda
Como docente, tengo muchas anécdotas, pero la que me marcó y marcó a mi alumno fue ésta:
Hace años, recién llegada a la escuela, me dieron el peor grupo de la escuela, un segundo grado con alumnos que nunca se sentaban, platicaban, gritaban, no había respeto hacia mi, menos entre los mismos alumnos. Detecté enseguida al cabecilla, un niño agresivo, repetidor por tercera vez, de casi 10 años, que incluso robaba a sus compañeros, objetos y dinero. Todos lo seguían al desorden. Regresé a casa con un solo pensamiento: cómo haría para mejorar esa situación. Al día siguiente ocurría lo mismo, así que llamé a mi escritorio al cabecilla, hablé con él, le dije que la directora me había advertido de su conducta, sabía que siempre estaba en la dirección reportado y le dije: “vamos a hacer un trato, yo quiero ir a la dirección a mostrar tu trabajo, a decir que eres un buen niño, que has cambiado tu actitud, yo te quiero ayudar. Por tu conducta sé que en tu casa te tratan mal y yo quisiera que las horas que estás conmigo sean diferentes, pero tú tienes que ayudarme a que esto se logre, a cambio te daré en Diciembre un regalo”, le pregunté qué le gustaría, él respondió que un balón. Pactamos, hablé con el grupo y me dijeron que ellos también me ayudarían con él, con lo que demostraron su enorme compañerismo.
Tambien me di a la tarea de investigarlo, supe que su madre era prostituta, quien, por lógica dormía todo el día, no lo atendía; descubrí que a su corta edad, tomaba y fumaba, me fui de espaldas; hablé con él, le expliqué el daño que hacía a su salud, le dije que sabía que estaba solo. Con el tiempo me convertí en algo así como una segunda madre, lo cuidaba, le ayudaba con útiles, lonche, lo que necesitara. Poco a poco cambió, pasaron 3 meses y él era otro, hasta que me comisionaron de ATP de la zona y dejé la escuela, el niño lloró mucho cuando me fui, a veces en mis visitas en la escuela como ATP lo veía y me decía que se portaba bien, que me quería mucho.
Así transcurrieron 4 años, un día mi supervisora me comisionó para ir en su representación a la graduación de sexto año, lo volví a ver, ahí sentadito, a la espera de su certificado, al dar las palabras para la generación puse de ejemplo a este niño, quien, con ganas, perseverancia y esfuerzo, logró cambiar. Al terminar corrió a abrazarme, bañado en llanto, me dijo “la quiero mucho maestra, todo lo hice por usted, estudio, ya no vivo con mi mamá, vivo con mi tía y le ayudo a vender pan por las tardes, seguiré estudiando, siempre me acordaré de usted”, repetía “la quiero mucho”.
Hoy en día me enorgullezco de que este niño, ahora adulto, esté por terminar su carrera de Abogado, el contacto con él sigue, pues nuestras vidas se marcaron para siempre.
¡Esta es mi más bella e impactante anécdota de mi vida magisterial!