Por Alfredo Macías
No se puede suponer a la escuela como una isla en la que se desarrolla una suerte de “Sociología Ficción” entre profesor y alumno, ni puede plantearse que únicamente el aula funciona como escenario único e idóneo para el aprendizaje, y restar importancia a la amplia gama de interrelaciones sociales que se dan en la realidad cotidiana. Dicho en otros términos, no puede mantenerse a la escuela al margen, ajena al acontecer de la sociedad, y pretender, al mismo tiempo, formar hombres y mujeres libres, críticos y conscientes de su tiempo y de su realidad. La escuela, por tanto, debe concebirse como un escenario facilitador de posibilidades, es decir, un espacio múltiple, que propicie la reflexión, la participación y la actitud crítica de nuestra sociedad.
Uno de los avances tecnológicos más espectaculares de nuestra época está en las comunicaciones. Esto ha revolucionado la velocidad del intercambio de información, con lo que ha dado la razón (finalmente) a Marshall McLuhan, en su anticipado concepto de la “Aldea global”, aunque no gracias a la televisión (como lo preveía), sino a las “supercarreteras de la información” y las redes mundiales (Internet, por ejemplo).
Es indiscutible que cada ser humano posee sus propios ritmos para el aprendizaje, pues éste no es lineal, sino que obedece a una compleja red de factores internos y externos al individuo, se trata de un proceso dialéctico. Entonces, lo razonable es permitir (y fomentar) que cada quien aprenda de acuerdo con sus características personales, en lugar del ritmo que se le señala mecánicamente al profesor para que enseñe, el cual restringe la diversidad de estímulos positivos para el aprendizaje a los pocos o nulos que da el aula, a diferencia de la “aldea educativa” en su conjunto.
Si un alumno “trata de entender” un problema de física, tal vez le resulte más provechoso irse a “rumiar” la nueva información a la cancha de básquetbol, balón en mano, o quizá tenderse en el césped, en lugar de permanecer en el salón de clases recibiendo una saturación de nueva información, sin haber “procesado” la anterior. Si el ámbito educativo es “la escuela” y no “el aula” solamente, se podrán generar nuevas y diferentes actividades para el profesorado.
Todo esto trae aparejado un cambio de mentalidad y de actitud en los involucrados (profesores, alumnos, administrativos, personal de apoyo, padres de familia y vecinos, etc.). De cierto modo, podemos decir que implica la adopción de una visión inversa, es decir, ya no concebir la generación de conocimientos con base en el sustento de una realidad inexistente y de manera idealizada.
Una manera de enfocar esta apertura es mediante el diálogo constante, uno que permita entender y asumir el compromiso social y político que conlleva el proceso de enseñanza-aprendizaje. La realidad nacional nos indica que la mediana y gran industria (supervivientes milagrosos de los desastres económicos y financieros de tres sexenios consecutivos), por regla general, se auto proveen de la mano de obra calificada que requieren. Por lo tanto, se deben dirigir acciones al planteamiento flexible y responsable de una nueva relación con los micro y pequeños empresarios, cooperativas de artesanos, sociedades de autoproducción, talleres vecinales, empresas familiares, etc.
Esto permitirá, con la idea de convertir la escuela en una “Aldea Educativa”, generar nuevas formas de trabajo-estudio, al contribuir con una auténtica capacitación y formación para el trabajo de sectores más amplios (y marginados en la actualidad) de la sociedad, en colaboración estrecha con profesores y alumnos, al integrarse en esquemas de actividades, como pueden ser Grupos de trabajo por proyectos (en temas reales), Venta de Servicios Diversos, Talleres de Capacitación Conjunta, Talleres de Generación de Tecnología Inversa y de Baja Tecnología, entre otros.
La adopción de estos “nuevos esquemas”, no implica un mayor costo, ni una mayor carga para el sistema educativo; al contrario, permitirán un beneficio multifactorial, al formar mejores hombres y mujeres, al incidir en la realidad social y económica para transformarla y al generar nuevas maneras de allegarse recursos financieros de modo directo e inmediato, al fomentar nuevas y motivantes tareas para el personal docente. En fin, para crear un nuevo concepto del papel de la escuela.