Por Antonio Rangel Reyes
¿Existen las tareas que motivan a los alumnos? Por experiencia sé que sí. He dado clases por más de diez años y he observado expresiones de entusiasmo o frustración en los rostros de quienes escuchan mis clases, según las tareas que propongo. Debido a que me baso en mi experiencia en vez de alguna teoría pedagógica europea, fácilmente podrán rechazar mis afirmaciones.
Lamentablemente los lineamientos sobre cómo debemos conducirnos los docentes cambian sexenalmente. ¿Qué significa esto? Que pasamos de una teoría pedagógica a otra y que debemos seguirla porque, a pesar de que la pedagogía no es una ciencia, quienes estudian pedagogía adquieren, casi mágicamente, un poder sobrehumano para planear estrategias didácticas que teóricamente funcionan.
¿Y si yo quiero apelar a la experiencia, según mis propios criterios formados con años de clases a diversos grupos, en distintas materias y niveles, tanto en escuelas públicas como privadas? Podré hacerlo, me dirán los pedagogos, pero como no voy a citar a constructivistas, conductistas, cognitivistas ni conectivistas será como exponer sin conocimiento.
Retomando la pregunta: ¿son posibles las tareas motivantes para los alumnos? Es preferible replantearlo: ¿cuáles o cómo son las tareas que motivan? Las que estimulan la creatividad y el lucimiento personal. A los seres humanos nos gusta presumir aquello en lo que somos buenos. Nos gusta el reconocimiento, la valoración, el aplauso.
Imaginemos a un chico o chica que conoce sus talentos para escribir, dibujar o resolver misterios, pero se lleva como tarea a casa realizar una transcripción de Wikipedia o resolver ejercicios de un libro que trae las respuestas al final. ¿Cómo se valorará a sí mismo y sentirá que vive experiencias académicamente valiosas si sus labores son mecánicas? Lo peor es que termina por concebir que la escuela se trata de cumplir con ciertos trabajos, aunque de ellos no se aprendan ideas.
No es sorpresivo cuando estudiantes que suelen ser incumplidos, si se les motiva adecuadamente, resulten ser mejores estudiantes, más creativos y analíticos, que quienes siempre cumplen aunque no tengan claro para qué hacen las cosas.
¿Y cuál es la motivación adecuada? Depende de las habilidades innatas de cada quien. No hay una sola cosa que pueda motivar a todos los miembros del grupo. Por eso es importante diversificar, para que en algún momento, todos sientan que han tenido su espacio de lucimiento, la posibilidad de mostrar su talento. Acaso sobre decir que para ello es indispensable una tarea creativa y no mecánica: ser hábil para trasladar de una página de internet hacia un cuaderno rápidamente cincuenta datos biográficos de un personaje difícilmente podrá enorgullecer a alguien.
De esa manera, mi experiencia me ha dicho que las mejores tareas son aquellas que pueden hacer sentir a los alumnos orgullosos de haberlas cumplido e incluso presuntuosos.
Principalmente doy clases de literatura y mi experiencia me ha convencido de que es preferible tener una sola tarea a lo largo de los cursos: en clase textos breves y en casa textos de largo aliento como las novelas. Hay muchas formas de complementar (videos, películas, organizadores gráficos, etc.), pero estoy persuadido completamente que la forma de identificar a alguien que ha aprendido a ser un buen lector, lo cual para mí es el objetivo de una clase de literatura, es descubrir que invierte su tiempo y dinero en libros por voluntad propia.
He aquí la clave: si un niño, o un joven, por voluntad propia busca conocimientos, con total certeza, podemos afirmar que se ha cumplido el propósito de las tareas escolares: mantener viva la hoguera de la curiosidad.
Quizá he dicho propuestas que cualquiera puede pensar por sí mismo, aunque nada haya sido ajeno al sentido común, por lo mismo, es algo muy poco o nada pedagógico. Si lo sostengo es porque confío en que la experiencia es una buena docente; al compartir experiencias, los docentes podemos cumplir mejor nuestra labor de inculcar los valores asociados a la búsqueda del conocimiento.