Por: María Magdalena López Espinosa
El 20 de marzo de 2020 llegó a mí como una ráfaga de viento que golpea la cara, cerré el aula sin saber hasta cuándo volvería a ella. El destino era incierto, pero guardaba la esperanza de que sólo sería un mes, tal vez dos. El trabajo quedaba inconcluso, los proyectos diseñados quedaban atrás, como si se guardaran en un cajón bajo llave. Terminó el ciclo escolar 2019-2020 y con él las esperanzas de volver.
Durante el encierro comencé a analizar que el cambio surge todos los días y se debe enfrentar, los nuevos alumnos, metas y proyectos vienen como esperanzas ante este encierro que cada día cansa más. Siempre me ha gustado iniciar el ciclo escolar para ver rostros nuevos, ojos que ven hacia ambos lados, extrañados de lo que pasa a su alrededor, es emocionante conocer la voz de cada uno de mis alumnos, compartirles la lectura en voz alta para iniciar la clase, pero este ciclo escolar 2020-2021 es diferente, el rostro de mis alumnos tiene una letra de color, la voz no se escucha, parece lejana, intermitente o se transforma en la escritura del chat; mis alumnos se acumulan en una pantalla que miente, letras grandes sobre un fondo negro que semeja la inmensidad del vacío.
Sin embargo, busco la manera de comunicar las ideas de manera clara, recibo a mis alumnos con un grato saludo, me dan la misma respuesta, aunque con tristeza veo que son pocos los que acuden al llamado de la clase, espero que no sea yo el motivo de la ausencia; a veces pienso que las clases caen en ese vacío negro, pero al recibir las tareas veo que los objetivos planteados se cumplen poco a poco, en pausas interminables.
Valoro el esfuerzo de los padres, las madres, de los abuelos, de los hermanos, pues han tenido que hacer frente a la nueva modalidad de enseñanza en casa. Los niños, las niñas y los adolescentes requieren el apoyo de los miembros de la familia. Esta situación al principio era algo nuevo, novedoso y cómodo, las clases se ven desde la cama, en pijama, sin vestir el uniforme a veces tan incómodo, pero los días han pasado y después de dieciséis meses de soportar el trabajo a distancia se ha vuelto tedioso, complicado y casi imposible pues el ánimo se ha desmoronado, tanto que, en ocasiones, parece que ya no se puede más.
Las familias se enfrentaron al trabajo del docente en las aulas, algunos tienen hijos de diferentes edades, por tanto, escolaridad diversa y a cada uno se debe atender, todos son prioridad. Los alumnos que ingresaron este ciclo escolar a otro nivel presentan problemas para comprender, no se acostumbran a esta nueva normalidad. Otros pudieron volverse autónomos, ¡bravo por ellos!, la mayoría necesitan la guía del docente, porque a él si le entienden, a las clases de la televisión no. Lo malo de este sistema fue que los libros no son compatibles, en la clase virtual no se escucha porque el micrófono está apagado o no funciona. Cada tropiezo provoca angustia y desilusión. Algunos niños no conocen su escuela, otros, tienen el recuerdo del grado anterior.
Y al llegar las vacaciones queda la esperanza de volver a la escuela.