Nada se compara a lo que significa ser maestro, pocas profesiones dejan una huella tan profunda en quienes la rodean. Pocas profesiones implican dar tanto de forma personal, como la labor docente. Por eso hay ciertas emociones que nadie más podría comprender, solo quien ha vivido la experiencia de dar clases.
Esa sensación indescriptible cuando todos los alumnos salen del salón al final de un día de clases y de pronto escuchas el silencio del salón vacío y sientes como tu cuerpo libera la tensión de estar atento a tantos niños.
El repentino orgullo cuando de pronto ves a ese alumno que ha sufrido mucho para superar alguna materia o algún tema del ciclo escolar, superar el reto. Su carita de sorpresa y tu sensación no se comparan con nada.
La sorpresa cuando alguno de tus alumnos hace algo en clase que jamás esperarías, como gritar alguna palabrota o hasta contestar su teléfono en clase, como si nada. ¿Qué está haciendo?
Tu satisfacción y felicidad cuando ves la expresión iluminada de tus alumnos justo en el momento en el que algo que no habían entendido de pronto les queda claro. Ese momento “aaaaah, claro, ya entendí”.
La ira que sientes cuando alguien que nunca ha dado clases de pronto dice que tu trabajo es el más fácil, con el mejor horario y muchas vacaciones. ¿Perdón? ¿De qué trabajo estamos hablando?
Los segundos de pánico cuando un estudiante hace una pregunta y no conoces la respuesta o es justo el concepto con el que tú mismo has tenido problemas. Lo más difícil es mantener la compostura, pero sabes que lo puedes resolver.
La frustración de escuchar a un papá enojado porque su angelito no tiene la culpa de nada y tú lo castigas porque no te agrada o incluso lo odias. Ya no digamos ese papá que siempre dice “es que en casa no es así, no sé qué pasa”. ¡Bueno, aquí sí es así!
La preocupación de ver a un alumno con mucho potencial, pero que no despega por cuestiones que no tienen que ver contigo, pero sabes que te esforzarás todo lo posible porque él también lo vea. ¡Y el orgullo cuando lo ves tiempo después!
Y no hay nada que se compare a la felicidad que sientes cuando tus estudiantes te agradecen el trabajo o te dicen que te quieren. ¡Y cuando alguno llega a decirte que eres su maestro favorito! Sí, en esos segundos todo el esfuerzo vale la pena.
¿Reconoces alguno de estos momentos? ¡Cuéntanos si hay otras emociones que solo tú reconoces por ser maestro!