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Por: Mtra. Madeline Minjares
Soy maestra en nivel licenciatura, trabajo en escuelas privadas en la ciudad de Tijuana, en la facultad de Arquitectura. Cuando en marzo, de un día para otro, suspendieron las clases presenciales por la pandemia de Covid-19, a todos nos tomó por sorpresa, los directivos nos enviaron correos con indicaciones distintas en cuestión de horas. Mientras en una institución me dijeron “estos son los datos de los alumnos, contáctalos, dales clases por zoom y envía tareas por correo electrónico, herramientas de google o blackboard”, en otra escuela, me informaron “aunque los alumnos ya no vengan, los maestros deben venir a checar cada hora y dar sus clases por medio de la plataforma educativa Moodle de la universidad en los salones vacíos”. Así fue durante unos días, pero a la siguiente semana, nos dieron instrucciones de no ir a la escuela y laborar desde casa.
Días después, los coordinadores formaron grupos en redes sociales para mantener comunicación con los maestros 24/7 y sí, así fue. Mientras en clases presenciales tenía una hora de entrada, una de salida y los asuntos académicos los veíamos en ese horario, al irnos a casa, de repente, tenía llamadas, mensajes de voz, juntas por videollamadas, correos por revisar a todas horas, mi bandeja llena y las redes sociales se convirtieron en redes de trabajo, hasta la fecha recibo más notificaciones en todos los medios electrónicos (plataformas, correos, WhatsApp) de índole laboral que personal. Desde entonces hay una comunicación muy activa, tanto en horario laboral, como nocturno y fines de semana (sí, incluyendo el domingo).
En ese momento, mi reacción inmediata fue dar mi disposición para adaptarme y aprender las TIC necesarias, por fortuna, en una de las universidades en las que laboro, desde que empecé a trabajar hace cuatro años, ya se utilizaba una plataforma educativa, después me dieron un correo institucional, que tiene sus propias herramientas. Además, recientemente estudié una maestría y ahí nos enseñaron a utilizar varios medios digitales del ámbito educativo, por lo que no me costó tanto adaptarme a los software online que no conocía. Sin embargo, no todo es el manejo de tecnologías, también está el área pedagógica y no podemos solo llevar una educación a distancia con métodos utilizados en la educación presencial, así que debía innovar o ver la manera de impartir las clases a distancia. Esto, he de admitir, se me hizo muy complicado. En fin, como pude cerré cuatrimestres en ambas escuelas de manera virtual y después vinieron las vacaciones.
Pero, ¡cuáles vacaciones! Tuvimos un taller intensivo de “Capacitación de docencia en línea” y utilicé el tiempo para comprar materiales y adaptar un estudio en la recámara más aislada. Al inicio fue un desastre, no quería prender la cámara en las clases, pero poco a poco lo he ido remodelando, lo pinté y decoré con un tono adecuado para que, en caso de que falle el filtro en Meet, luzca como un espacio organizado. Aunque aún le falta mucho, al tener encendidos los filtros y fondos en sincronía durante varias clases, la cámara se calienta y el equipo se vuelve un poco más lento, por lo tanto, lo ideal es tener un área física habilitada.
Por otro lado, algo muy incómodo para mi es el ruido, pues vivo en un departamento, tengo muchos perros y vecinos escandalosos. Incluso con audífonos hay sonidos que no se pueden moderar, por lo que debo trabajar en la mejora de la acústica.
Las clases que imparto son, en su mayoría prácticas, enfocadas en el dibujo y el diseño, por lo que requiero muchas herramientas de ilustración manual, afortunadamente, como es algo que suelo hacer, gran parte de estos materiales ya los tenía. En cuanto a los alumnos, la verdad casi no batallé en cuestiones de que no se conectaran o no enviaran trabajos (claro, hay de todo), a diferencia de la mayoría de los maestros de educación básica que se quejaban, y continúan haciéndolo, porque los estudiantes o padres de familia no les mandan evidencias, supongo que es por el nivel educativo, ya que en la educación superior todos son adultos, más independientes y con recursos.
Aun así, a todos nos pasa que se nos va la luz, se cae el internet, etc. Hay alumnos que ponen muchas excusas, al igual que en clases regulares, pero, al menos en mi experiencia, la mayoría sí se han aplicado y los que no pudieron adaptarse al cambio, al poco tiempo, se dieron de baja.
Al empezar el siguiente cuatrimestre me estresé y me sobresaturé con trabajo de escritorio, los maestros seguíamos teniendo cursos de actualización obligatorios por parte de las universidades, empezamos a dar más clases sincrónicas y los superiores nos pedían que dejáramos bastantes productos a los estudiantes, lo que llevó a que el alumnado se agotara y, con ello, el profesorado, por estar revisando y revisando. Tuve que organizar mis tiempos y llevar a los estudiantes a una reorganización de trabajo por el bien común, así como plantearme horarios, porque no todo es la docencia, también está mi vida profesional como arquitecta y mi vida personal: actividad física, familia, hogar y descanso.
El trabajo como maestra de asignatura estaba desplazando las otras partes de mi vida y no podía seguir así, tanto por salud corporal como mental, así que, al establecer mis horarios, con tiempo para todo, pude equilibrar esta parte, o bueno, regularla. Aún sigo trabajando en ello, menos en periodo de exámenes, pero eso es normal para un profesor, pues por más que uno se organice, siempre surgen contratiempos.
Actualmente, me siento entusiasmada con la educación en línea, además los alumnos ya están bien adaptados. Claro que en su mayoría quieren volver a las aulas, lo cual es normal pues somos seres sociales. Algunos educandos batallan más que otros por factores socioeconómicos o personales, pero en cuanto a las clases virtuales lo están sobrellevando. Sin embargo, noto muchas debilidades en las competencias de los alumnos de nuevo ingreso, tanto conductuales como cognitivas, incluso más de las normales en grupos de primero, sería interesante hacer un estudio para determinar si es generacional, relacionado con falta de hábitos de estudio, con rezagos académicos u otros motivos.
Para concluir, es necesario señalar que la labor docente siempre ha llevado una gran carga de trabajo, pues detrás de cada hora frente a grupo hay horas de preparación, planeación y formatos por llenar, después de cada sesión hay muchos trabajos por evaluar, dudas por resolver, evidencias que entregar, entre otras funciones que se nos delegan. Sin embargo, es una profesión muy noble e interesante, pues en el proceso de enseñanza-aprendizaje, el maestro también aprende, y mucho. De toda experiencia surge algo positivo y esta situación de confinamiento a todos nos ha impulsado a ser autodidactas y buscar soluciones a los problemas.
Madeline Minjares radica en Tijuana, Baja California, estudió la licenciatura en Arquitectura con la especialidad en Diseño sustentable en el I.T.T. y la maestría en Educación en la U.D.C.I. Tiene cinco años siendo profesora, ha dado clases en nivel básico y en robótica educativa, actualmente es maestra de asignatura en nivel superior en escuelas privadas de la ciudad. Le gusta el dibujo y el diseño arquitectónico, así como ser docente.
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