Por Ariel Dom
En mi primer año como docente llegué a una comunidad en la que, a veces, por la distancia y los complicados horarios de los autobuses, tenía que quedarme, así que logré conocer ampliamente el lugar. Vivía gente tranquila y trabajadora, pero la mayoría de los hombres habían migrado a Estados Unidos para trabajar, por eso sólo estaban las señoras que se encargaban de la educación de los chicos.
Como docente, me gusta mucho platicar con los muchachos y preguntarles sobre sus metas, que me cuenten sus sueños y qué quieren estudiar; en esa ocasión, entre las conversaciones que tuve con ellos, hubo un alumno que era, y es, muy listo, le pregunté emocionada qué pensaba estudiar, pero él me contestó con amargura que nada, que él ya no pensaba continuar en la escuela. Preocupada le pregunté cuál era el motivo, pues él era muy listo, le dije que podría lograr muchas cosas y me dijo que no tenía dinero, que en su casa no había suficiente ingreso para que él siquiera soñara con continuar sus estudios, sentí un vuelco en el corazón y me dio mucha tristeza escucharlo.
Me propuse ayudarlo y hablé con él, hablé con mi supervisor y logré que le brindaran un apoyo a la familia; además, en el municipio abrieron una prepa.
Siempre les decía a los chicos que nunca desistieran de sus sueños, que la única limitación está en la mente y que si se lo proponen, pueden ser lo que quieran en la vida.
Después de un tiempo volví a platicar con el alumno, era alguien diferente, le pregunté qué pensaba hacer en su futuro y me contestó, con un brillo en la mirada y con una sonrisa: “no sé maestra, no sé, quiero ser ingeniero, arquitecto, abogado, no sé qué decidir, hay tantas cosas que deseo ser”.
Eso me llenó el alma de una manera grandiosa, pues haber inspirado a un alumno fue la mejor gratificación que pude haber recibido, y haber visto esos ojos cargados de alegría e ilusión fueron la mejor recompensa que pude haber recibido.
Cuando me fui de esa comunidad las madres de familia me escribieron una carta en donde me agradecían todo lo que había hecho por sus hijos, fue algo muy significativo y emotivo para mí.
Así fue como ellos me recordaron el motivo por el cual decidí ser maestra: Amo ser docente, agradezco tener la oportunidad de poner mi granito de arena en cada alumno.