En la escuela conviven constantemente alumnos que provienen de contextos diversos y con historias personales muy variadas.
Alumnos que han enfrentado o enfrentan situaciones familiares o personales complejas llegan a las aulas en un estado de alerta constante que se interpone entre su aprendizaje y que en ocasiones también evita que, como docentes, nos podamos acercar a ellos de forma efectiva para entender sus necesidades o para transmitir lo que necesitamos para la clase.
Esto sin duda es un tema que a los docentes deben tener en cuenta, pues muchas veces esos alumnos transmiten una conducta desafiante y difícil de tratar en clase, constantemente interrumpen el desarrollo de la clase, son volátiles o apáticos e incluso pelean con sus maestros y compañeros. ¿Qué podemos hacer para acercarnos a ellos y mejorar el ambiente en a clase, así como su aprendizaje?
Socialmente tenemos la idea que el manejo de las emociones está determinado por aspectos de la personalidad y que no podemos cambiarlo, por lo tanto determinamos si somos impulsivos o temerosos como parte de nuestros rasgos característicos, sin embargo las emociones pueden y deben aprender a trabajarse y reconocerse.
El primer paso es identificarlas, algo que parece sencillo e instintivo, pero que no siempre es tan fácil como parece. Por ello hablar sobre ellas, reflexionar al respecto y conocer estrategias para manejarlas forma parte también del desarrollo de las personas y es algo que podemos aprender en el salón de clases.
Es un tema difícil, porque en ocasiones las emociones esconden también contextos muy complejos que no siempre es fácil exponer en clase, sin embargo, hablar sobre emociones y mostrar a los alumnos una forma efectiva de lidiar con ellas no se trata de exponerlos ni de exponernos a nosotros mismos, pero si de dar herramientas a los más jóvenes para que aprendan a manejar ese cúmulo de emociones que a veces interrumpen las clases.
Háblales sobre qué son las emociones, por qué aparecen y qué efecto tienen sobre nosotros. Se trata de aprender por qué están ahí y los efectos que pueden tener sobre nosotros mismos y sobre las personas que nos rodean.
Reconocer la presencia de las emociones no es algo inherentemente bueno ni malo, sino una reacción normal que todos tenemos ante situaciones diarias, pero la respuesta que tenemos ante ellas si es una decisión y puede afectar a otras personas. Para ello es necesario que les demos a los estudiantes y quizá a nosotros mismos, diferentes estrategias para el momento en que nos sentimos enojados, frustrados o tristes.
Comúnmente las conductas más disruptivas y desafiantes se asocian a respuestas emocionales que a los alumnos les cuesta gestionar. Dedica un poco de tiempo a enseñar a tus alumnos a pensar al respecto y muéstrales formas más sanas de expresar su enojo, frustración, tristeza, etc. Dibujar, retirarse un momento a algún rincón tranquilo, escribir lo que sienten en ese momento, hablar, cantar o incluso hacer algo físico como correr son formas de sacar esa energía que sentimos en algún momento.
A veces no importa cuanto hablemos con nuestros alumnos, comunicarnos con ellos no resulta fácil. Esto pude deberse a muchas cosas, desde bloqueos emocionales durante momentos difíciles hasta una mayor facilidad para comunicarse de otras formas en lugar de la oral. Prueba hacerles llegar mensajes en diversos formatos, si hablar no funciona, prueba notas escritas o hasta pictogramas. Seguramente algún canal será más efectivo. Y dales tiempo para reaccionar lo que deseas transmitir, pues no siempre es fácil.
¿Has tenido algún alumno cuyas emociones se interpusieran en su desarrollo? ¿Cómo trabajaste esto con ellos?