Cuando aprendemos algo nuevo nuestra mente trabaja al 100 %, sin importar el área de conocimiento que busquemos desarrollar, todas las partes de nuestro cerebro se involucran en ese proceso, por lo tanto es inevitable que nuestras emociones también se vean envueltas mientras aprendemos, estar felices, emocionados, tristes o enojados, cambiará nuestra percepción de lo que se busca conocer y condicionará nuestra actitud frente al conocimiento.
El cerebro estresado o asustado cambia, su arquitectura se transforma, pues entra en un modo de supervivencia, en donde predominan emociones como el miedo, la ansiedad, el enojo, la tristeza o la frustración. Sin embargo, también tenemos la capacidad de generar nuevas emociones y por lo tanto nuevas rutas hacia el aprendizaje.
Así, nuestras emociones se convierten en herramientas o barreras para resolver problemas, pensar, interactuar con otros y aprender en la escuela, por lo que balancear nuestras emociones podría significar una gran diferencia al momento de aprender o resolver algo.
La forma en que percibimos las cosas cambia la realidad que vivimos, pues todo lo que nos rodea lo filtramos y le damos significado, muchas veces por medio de nuestras emociones. Pero esto no significa que debamos callar u ocultar emociones que parecen negativas, como la tristeza, el miedo o la ira. No podríamos vivir sin felicidad, pero tampoco sin sentirnos tristes, pues esto forma parte del conocimiento y de aquello que nos hace ser quienes somos. Cada una de esas emociones tiene una función en nuestro paso por la vida y por lo tanto debe ser experimentada, sin embargo, no se trata solamente de sentirlas, la importancia radica en cómo gestionamos y transitamos esas emociones.
Conocer nuestras emociones
Aunque gran parte del trabajo emocional proviene de casa, los alumnos pasan muchas horas al interior de la escuela, rodeados de otros niños y muchos adultos, por lo que es importante darles las herramientas y dotarlos de un ambiente que permita a los estudiantes expresar y gestionar sus emociones.
Un aula o escuela en la que existe una sensación de comunidad y trabajo en equipo es sin duda un sitio en el que se gestionan correctamente las emociones, ahí los alumnos no solo aprenderán mejor, también se sentirán seguros y estarán dispuestos a trabajar, cómodos para estudiar e interesados en el tema, al dejar de lado preocupaciones que vienen con la ansiedad, el estrés o el miedo.
El primer paso está en nuestra aula y con nuestros estudiantes, para manejar nuestras emociones de la mejor manera es importante conocerlas, nombrarlas e identificarlas, de lo contrario estaremos sujetos a la demanda de una rabieta, de la tristeza o trataremos de ocultarlas sin saber qué son. Así que dar a los alumnos vocabulario para expresarse y descripciones de lo que son las emociones podría ser un gran comienzo, así como dar lugar a espacios seguros en los que los niños puedan describir cómo se sienten sin ser reprimidos o castigados.
Recordemos que toda conducta proviene de alguna razón debajo.
Dar a cada quien lo que necesita
Uno de los grandes retos de la educación actualmente es la educación personalizada, pues los grupos son muy grandes, las necesidades muy variadas y los recursos muy pocos. Pero una buena combinación de habilidades sociales y un ambiente apropiado para la gestión emocional puede ser muy útil para incentivar una educación para cada quien.
Si logramos dotar a los niños de habilidades para el manejo de sus emociones, ellos se conocerán mejor a sí mismos y lograremos que sean más independientes. Entre mayor autonomía e independencia se logre con los alumnos, ellos podrán tomar mejores decisiones en cuanto a su propio aprendizaje, pues estarán mucho más conscientes de lo que necesitan.