La vida sigue. Vienen y van los problemas, las buenas obras, los éxitos y los fracasos. Nada es eterno. No hay mal que dure cien años, ni sistema educativo que lo aguante. Sin embargo, ante la enorme tarea de educar a los seres humanos, todavía los docentes tienen que vivir y soportar análisis, reflexiones, interpretaciones e imágenes alteradas por intereses de tipo económico y político, no precisamente educativo. Tal vez por eso llegamos a entristecernos ante tales situaciones.
Entonces, yo me deprimo, tú te deprimes, nosotros nos deprimimos. Nuestros alumnos se deprimen, directores, supervisores, intendentes, funcionarios y hasta líderes sindicales se deprimen, padres de familia deprimidos. Algo pasa.
La depresión es el signo de nuestros tiempos. Signo inequívoco de que el fin del mundo está cerca, de ese mundo en el cual los maestros decíamos que nuestra mayor satisfacción no era el dinero ni la fama, sino la satisfacción del deber cumplido y la sonrisa de agradecimiento de un estudiante lleno de aprendizaje. Ese discurso ya no funciona y no llega a la conciencia de nadie.
Nos preocupa que cada ciclo escolar más y más maestros se despiden a través de una pensión por incapacidad médica con el título “depresión crónica” o con el lema “trastorno psíquico agravado”. Nos preocupa que en las escuelas se presenten cuadros generalizados de depresión magisterial revuelta con pérdida vocacional y resentimientos galopantes.
El profesor se pelea con la directora, la directora con el intendente, el intendente con los alumnos, los alumnos con los alumnos, acosados por esa postmoderna moda llamada bullyingmanía, de tal manera que los centros escolares son escenario y ejemplo vivo de una desintegración social que a muy pocos preocupa y a muchos menos de nosotros, ocupa.
La depresión alcanza a grandes y chicos. Los docentes recién egresados de la normal ya aprendieron a deprimirse. Nuestros grandes íconos del arte de enseñar, quienes tienen más de treinta años en estos campos de batalla, de pronto se van a caminar por los melancólicos senderos de la tristeza extrema.
Y por si fuera poco, algunos nadamos a ratos en el amplio y profundo mar de la apatía. Hay quienes ya construimos nuestros flamantes palafitos en donde nos acostamos a dormir mientras las escuelas se caen a pedazos, mientras nuestra conciencia, los estudiantes y los padres de familia, se ocupan de condenarnos, de recordarnos que este oficio es honorable, digno, que nos necesitan fuertes, despiertos, firmes y valientes.
La carga interna de cada trabajador de la educación es grande y variada: Deudas impagables, amores imposibles, hijos ingratos, parientes enfermos, vicios vergonzantes, pensamientos ignotos.
Junto a nuestra lucha interior se asoma diariamente el obsesivo y compulsivo llamado de nuestras autoridades para que hagamos de todo: Concursos, programas, registros, informes, competencias, olimpiadas, juegos, festivales, desfiles, reformas, cursos, exámenes, filtros, seguimientos, campañas y lo que se les ocurra de repente. Y, de vez en cuando, buscar que nuestros alumnos aprendan tranquilamente lo que la realidad nos permite ofrecerles.
La escuela es un embudo en el cual se procesan las más brillantes ideas de medio mundo. Ahí se echan campañas de salud, de desarrollo social, de seguridad, de economía, del Congreso, de los institutos de la mujer, del joven, del deporte, electoral… y uno que otro asunto de educación. En ese embudo todos colocan sus remedios maravillosos, mágicos e indiscutibles para sacar adelante a nuestra maltrecha educación.
¿El resultado? Un licuado pastoso, aguado, multi sabor, sin posibilidad de un seguimiento individualizado de cada programa, además, horresco referens, un grupo de maestros cuestionados, cansados, hastiados de tanta carga y confusión.
Los maestros fuimos formados para formar seres humanos. Nuestros referentes apuntan a hacerlo con esmero, con entusiasmo, casi a la perfección. Nuestros enemigos de antaño se han fortalecido y hoy nos resulta prácticamente imposible enfrentarlos sin la ayuda del conglomerado social. Maestros y sociedad somos familia, no somos enemigos. La invitación es para formar un nuevo equipo de trabajo, un nuevo liderazgo, una nueva esperanza. Este es el rumbo.
Por eso, no me tomaré la molestia de cuestionar el contenido de un documental que anda de moda en el campo educativo, político y electoral, mexicano. No lo he visto, ni leo, ni escribo nada sobre ese asunto.
Simplemente me he puesto a trabajar con un nuevo ánimo, sabiendo que tengo el apoyo y respaldo de mis compañeros de profesión, de muchos padres de familia, de mis estudiantes y de mis representantes gremiales. Sabiendo que mi trabajo es de alto nivel, que seguiré adelante hasta llegar a un nivel de excelencia, como ya lo han hecho muchos de mis compañeros de profesión.
A los autores de ese documental y a quienes gastan tiempo y energía en defenderlo, cuestionarlo, menospreciarlo o promoverlo gratuitamente en cualquier contexto, simplemente les digo que la educación de los seres humanos, de los mexicanos, es algo que se encuentra mucho más allá de una estrategia electoral, de un interés por privatizar el sistema educativo, por vender materiales de papelería en gran escala, por atacar a la organización magisterial, o por algo oculto que solamente conocen los anunnakis, los reptilianos, los illuminatis, los anonymous o los zeitgeitzianos, así que mejor me voy a tomar mi dosis de cristomicina para seguir adelante, con ganas y con calidad humana, como lo hacen todos los maestros de este país, nomás.
Tú no te deprimas, amigo y amiga