Se tiende a pensar que el machismo sólo existe como comportamientos agresivos, desigualdad y humillaciones contra la mujer. Sin embargo, también está presente en todo nuestro entorno y se nota, quizá de un modo más sutil, en nuestra habla cotidiana, señal de lo arraigado que está en nuestra cultura. Aquí ponemos algunos ejemplos y las ideas que perviven detrás de expresiones que parecen sencillas. ¡Desde el aula podemos generar un cambio!
La visión del hombre que ha perdurado por tanto tiempo no admite fisuras: un hombre sólo debe cumplir con “su deber” (lo que sea que esto signifique) y se le impide expresar emociones y sentimientos, pues sería admitir su vulnerabilidad, algo tan humano que no tendría por qué seguirse negando a los jóvenes hoy en día.
Se le dice por el igual al niño más débil o menos hábil para los deportes, que al que muestra interés por la cocina, el baile o actividades atribuidas comúnmente al sexo opuesto, y en cada ocasión, dicho como un insulto, como si el género femenino y nuestros prejuicios en torno a él significaran algún tipo de inferioridad implícita.
Es muy común escuchar esta frase cuando alguna chica es víctima de algún atentado contra su persona, como si fuera culpable de algún modo. Sin embargo, poco se habla de enseñar a los chicos a respetarlas a todas por igual y en todo momento. El respeto no se condiciona.
En cuanto a relaciones, a los hombres se les enseña que el “no” nunca es definitivo. Por el contrario, el rechazo sólo es la señal para volver a intentarlo… una y otra vez. Lo peor es que todo está fuertemente romantizado, aunque ignore la voluntad de la otra persona, e incluso se juzga a la mujer que dice no, a la que se hace “la difícil”.
¡Bendita juventud que todo lo perdona! O al menos, es la excusa perfecta para padres y maestros cuando no quieren lidiar con conductas reprobables en los chicos. Lo peor es que estas actitudes se replican y siguen presentes por el resto de su vida.
El lenguaje siempre refleja nuestra visión del mundo, aunque sea de forma inconsciente. Cambiar la manera en que nos expresamos no resolverá el problema de raíz, pero es un primer paso hacia la construcción de entornos saludables y equitativos.
¿Qué acciones llevas a cabo en tu salón de clases para cambiar estas expresiones y su significado?